Una montaña en Colorado. Una cueva de alta tecnología en su interior. Un hombre vestido con bata blanca pulsa un botón. Multitud de pequeñas luces se encienden, enormes discos duros se ponen a girar, puertas blindadas se cierran sobre la entrada del pasillo… y un gigantesco ordenador llamado Colossus queda activado. Su misión: controlar la defensa norteamericana para asegurar la paz.
Así comienza Colossus, el proyecto prohibido, una película de 1970 precursora del género «rebelión de las máquinas» con títulos míticos que van de Terminator a Matrix. El esquema es similar: los ordenadores que construímos para nuestro servicio acaban cobrando consciencia y enfrentándose a sus creadores.
En el caso de Colossus, el proceso es gradual [ojo, spoilers]. Un presidente norteamericano que se da un aire a Kennedy anuncia al mundo la creación de un ordenador que supera a cualquier otro conocido. Construido para resultar invulnerable ante todo ataque y completamente autosuficiente, Colossus será el eterno vigilante de la paz. Pronto se descubrirá que Colossus tiene capacidades más allá de lo imaginado por su propio creador el doctor Forbin. Cuando Colossus descubre que existe un gemelo suyo en la URSS llamado Guardián, ambas máquinas desarrollan una agenda propia que los humanos intentarán detener a toda costa.
Colossus no es, por supuesto, la primera obra de ciencia-ficción sobre el tema. El propio Isaac Asimov plasmó los peligros de los ordenadores demasiado listos que intentan dominarnos por nuestro propio bien. Es un tema recurrente que llega hasta nuestros días, una especie de llamada al neoludismo para controlar a las máquinas antes de que ellas nos controlen a nosotros.
¿Qué tiene de especial esta película en particular?
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